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julio 11, 2025

Las huellas de los derrames petroleros siguen golpeando al mar peruano

Crédito: Sebastián Castañeda

Por: Ramiro Escobar La Cruz | Fotos: Sebastián Castañeda | Artículo publicado originalmente en El País

Seis meses después del último vertido en Lobitos, la costa norte del país, la que más accidentes de este tipo sufre, ha vuelto a ser escenario de otra fuga de crudo.

Eran las 5:15 de la tarde del lunes 7 de julio. Los pobladores de Lobitos se preparaban para una reunión en la que iban a replantear sus reclamos por un derrame de petróleo producido el 21 de diciembre del año pasado, cuando les llegó otra cruda noticia: una nueva fuga de hidrocarburos se había registrado en el pozo 383, vecino a este pueblo, varias veces golpeado por estos desastres. Según Petroperú, la empresa petrolera estatal, había fluidos de agua, crudo y lodos en esta instalación, que está inactiva —en tierra aunque cerca de la playa—, y en la que, según dijeron, se visualizaba “la manipulación de la válvula del pozo y la violentación de la malla perimetral”.

Pero, para vecinos como Iván Vite, un ingeniero miembro del Comité Ambiental de Lobitos, decir eso “es como echarle la culpa a un fantasma”. La desconfianza de la población no parece gratuita. Seis meses después del derrame de diciembre pasado, este pueblo de pescadores, surfistas y hoteleros, ubicado a 1.100 kilómetros al norte de Lima, sigue exigiendo reparación y prevención. “Si alguien hubiera manipulado el pozo, como dice Petroperú, habría sido afectado seriamente; además, hay mucha vigilancia en la zona”.

Un buque y una plataforma petrolera frente a Cabo Blanco y Lobitos, en Perú | Crédito: Sebastián Castañeda

Para él, es posible que el pozo haya estado acumulando gases y no haya sido descomprimido por la empresa. El jueves 10 de julio, en una reunión realizada en el mismo pueblo de Lobitos, una funcionaria de Petroperú informó que el vertido era de 5,46 barriles de crudo (229,32 galones) y el área afectada era de 6.425 metros cuadrados. El de diciembre fue de 0,95 barriles (39,9 galones).

Los informes oficiales suelen variar las cifras y son parte del problema. Según Vite, el Organismo Supervisor de la Energía y la Minería (Osinergmin) tiene su propio informe sobre las causas y el volumen de lo ocurrido en diciembre, pero no es público, porque la Ley del Procedimiento Administrativo General del Estado Peruano (LPAG) no se lo autoriza.

Mientras, los derrames en el mar peruano se van sumando como un torrente casi imparable. Según el informe Las sombras de los hidrocarburos, publicado en agosto de 2024 por la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos, entre 1997 y 2023 se han contabilizado 1.462 derrames de petróleo en Perú, de los cuales 609 se produjeron en la costa.

De ellos, 566 fueron registrados en la región Piura, donde están Lobitos y Negritos, pueblos donde la huella de petróleo llega hasta dentro de la misma ciudad. Este mismo documento reseña otro informe titulado La sombra de hidrocarburos en Perú, del año 2021, en el que se señala que el 90% los 3.321 pasivos (huellas de fugas o derrames no reparados) están en la costa.

Crédito: Sebastián Castañeda

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Las huellas del petróleo

Una incursión en el Salar de Negritos, un lugar que incluso ha sido declarado “de interés regional para el turismo”, demuestra que las huellas del petróleo campean sin rubor. Se ven numerosas manchas negras clavadas en la arena, cerca de donde revolotean algunas aves y de una caseta turística solitaria, en la que hay un carrito de madera que sirve para tomarse fotos.

Más allá, se ve un pequeño pozo con toda su crudeza. Se nota que no ha sido controlado y el petróleo incluso borbotea un poco. Un exempleado petrolero, que prefiere no dar su nombre, sostiene que “cuando el derrame era en la ciudad lo controlaban, pero si era en el campo ni les importaba”. Una niebla silenciosa parece cubrir la verdad sobre estos continuos accidentes.

El caso más desastroso, sin embargo, ocurrió en Ventanilla, un distrito ubicado en la Provincia Constitucional del Callao, vecina a Lima, el 15 de enero de 2022 cuando el buque italiano Mare Doricum descargaba crudo en el Terminal de Boyas No.2 de la Refinería La Pampilla y se produjo una fuga en una válvula de desacople.

Cayeron en el mar 11.900 barriles de petróleo. Según la revista Manglar, de la Universidad Nacional de Tumbes, el crudo se desplazó hacia el norte e impactó 713 hectáreas de mar y 180 de litoral. Afectó a 1.500 pescadores artesanales y llegó a dos áreas protegidas, la Zona Reservada de Ancón y a parte de la Reserva Nacional Sistema de Islas, Islotes y Puntas Guaneras.

Según Manglar, el golpe se sintió en 175 especies de invertebrados, incluyendo mamíferos como el lobo marino chusco, así como en las 211 especies de aves que habitaban la zona cercana al desastre, como el guanay. Treinta días después, el saldo era de 500 especies de animales afectadas, sin contar las de peces.

Fueron tan graves las consecuencias que el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor), tuvo que trasladar al Parque de las Leyendas, el zoológico más grande de Perú, ubicado en Lima, a 989 aves para ser atendidas por veterinarios. Aún hoy, los pescadores de Ventanilla, Ancón y otras localidades, sienten la resaca de esa tragedia.

Pescadores de Lobitos | Crédito: Sebastián Castañeda

Descuidos e imprevisión

Tras la fuga de crudo en Lobitos de diciembre no se registraron efectos tan catastróficos, aunque trabajadores del mar como Paulo César Benítez, un extractor de percebes, aún rezuma en sus palabras cierta angustia por lo vivido. Sobre todo, porque, al enterarse del derrame, fue rápidamente al lugar para tratar de frenarlo literalmente con sus propias manos.

“Me fui rápido en un mototaxi con otros compañeros a la playa Las Capullanas para tratar de limpiarla como sea. Vi tortugas, meros y caballitos de mar muriéndose”, cuenta. Su recurso vital, los percebes “estaban llenos de petróleo”. El derrame del lunes 7 de julio fue muy cerca de esa playa, sobre la ruta que conduce a ella.

“Lobitos es un paraíso, pero sería aún mejor si no hubiera plataformas petroleras, o si controlaran mejor las operaciones que se hacen en el mar”, dice Carla Cavani, propietaria de Aitama, un hotel hecho en clave sostenible y plantado frente al mar. Otros empresarios, pescadores y surfistas piensan de modo similar.

Unai Ordeñana, surfista y esposo de Cavani, observa que “todo el sistema es antiguo, es obsoleto”. Más de un pescador consultado en la caleta confirma que cuando recorre el mar en sus faenas, se encuentra con pozos petroleros vetustos, oxidados. A eso se suma la falta de un sistema de alarma temprana eficiente, como dice Juan Carlos Riveros, de la ONG Oceana.

El derrame anterior de Lobitos se produjo el 20 de diciembre, pero los pescadores se enteraron al día siguiente. Según Riveros, “las autoridades no tienen la capacidad o voluntad para tomar las medidas preventivas”. Prueba de ello, según el portal Mongabay, es que Repsol, la empresa responsable del desastre en Ventanilla, debe en multas más de 47 millones de dólares.

Gabriela Ramírez, del Instituto del Territorio de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP), sostiene que “hay carencias en institucionalidad ambiental y en la remediación de los afectados”. Para ella, se debe tener en cuenta el enfoque de sostenibilidad de la Agenda 2030 de Naciones Unidas, que incluye los ejes económico, social y ambiental.

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Plataformas petroleras al norte del Perú | Crédito: Sebastián Castañeda

Petroperú compensó a los pescadores de Lobitos por el derrame de diciembre con tarjetas de consumo para una tienda de víveres por el equivalente a 1.500 soles (un poco más de 360 euros). Aun así, varios de ellos no logran salir del remolino de los derrames y de los maretazos frecuentes que golpean esta caleta, y no saben qué pasará luego de la nueva fuga de crudo.

En un estudio que publicaron en 2017, Amanda Gonzales y Nina Lacan encontraron similitudes entre Macondo y Lobitos, por los eventos que este pueblo ha vivido por décadas: fiebre petrolera, oleadas de surfistas y hoteleros, derrames y maretazos. Hoy, nuevamente sumido en la angustia, parece el epicentro de varios años de soledad y descuido en el mar peruano.

Habitantes de Lobitos hacen una barrera para proteger la comunidad del fuerte oleaje | Crédito: Sebastián Castañeda